Hasta 1945 en que el embalse de Torcón solucionó el problema secular del abastecimiento de agua durante varios años, nuestros patios sirvieron también para recoger la de lluvia en aljibes o depósitos subterráneos, excavados bajo su pavimento y con una boca a modo de pozo para extraerla y limpiarlo periódicamente.
Bocas situadas siempre en un costado, incluso semiempotradas en el muro bajo una crujía, pues en el centro iba el sumidero de entrada del líquido procedente del tejado: sistema que obligaba a una limpieza meticulosa del pavimento.
Tales bocas tenían, y suelen conservar hoy, brocales más o menos artísticos, con herraje para la garrucha y construídos aquéllos en mármol, como el que vemos, desde luego sin uso, en el jardín de la ermita del Cristo de la Luz, que sería el patio de abluciones en la que fue mezquita hasta 1085.
También se hicieron de cerámica, poco conservados por la fragilidad del material, uno de ellos descubierto y salvado por Bécquer.
Los góticos y renacentistas se hacían en granito, de los que muchos se conservan aún.
El mejor de todos ellos, en mármol, es el que se mandó tallar el primer rey taífa toledano, Isma’il al Zafir, para la mezquita principal, según dice su inscripción; estuvo muchos años en el claustro mayor de San Pedro Mártir y hoy, afortunadamente, en el museo.
Julio Porres Martín-Cleto
Extracto de Cancela de “Patios de Toledo” 1996
Fotografía de Renate Takkenberg-Krohn
Por trasnominación metonímica, se identifican "pozo" y "brocal"; la mente ve un pozo donde sólo hay un brocal. Como experimento pedagógico, se ha comprobado que ante la solicitud de que 'pinten un pozo', tanto los niños como muchos adultos han dibujado un brocal (y cuando se les ha explicado que lo que habían dibujado era un brocal, muchos han respondido que no conocían esa palabra). Son palabras con referencia indirecta que permiten comprender perfectamente el sentido de traslación metonímico.
En arqueología, se acepta el término latino puteal para denominar un "brocal de pozo" (en la casa romana, el brocal de mármol o cerámica que cubría el agujero que comunicaba con la cisterna). El origen del término "brocal" es incierto. Para algunos: del latín buccula (mejilla) y bucculare (taza), que por vía del italiano primitivo llegaría a significar, por extensión: antepecho o alrededor de la boca del pozo. Para otros, siguiendo a Joan Corominas, proviene del latín vulgar brochus (broccus, puntiagudo) y éste del catalán broc (vasija) siguiendo una voz céltica.
Se llama brocal al pretil o parapeto sólido que, por seguridad y utilidad, rodea un pozo a nivel de superficie. Es habitual que sobre él se instale una polea o uncigüeño, para subir el recipiente que contenga el agua extraída.1 También se suele colocar sobre el brocal una tapadera para evitar que caiga suciedad al interior del pozo. Desde los primitivos brocales de mampostería, cerámica o madera, hasta los más recientes de obra y cemento, la historia de este humilde y sencillo antepecho en la boca de los pozos se ha vestido de los más ricos materiales: mármol, bronce, hierro. Como hermano menor del aljibe, durante siglos, el brocal se fabricó en barro cocido (ladrillo), en muchas ocasiones vidriado.