El Libro Pasos Por Toledo está disponible en la librería Gómez Menor en Toledo.
Serie limitada, numerada y firmada por la autora de 200 ejemplares.
Al fin! El libro "Patios de Toledo" está terminado!
Ahora hace falta sólo imprimirlo! Participa en el esfuerzo de mecenazgo.
Espero que os guste y un gran saludo! - R
Es un proyecto de mecenazgo colectivo.
El gran libro de los patios de Toledo con precio de venta al público en €120, se ofrece a coste de impresión en €80
Es una oportunidad única para conseguir esta edición en dos volúmenes.
En esta obra hay 332 patios diversos, distribuidos por orden alfabético en dos tomos de 400 páginas cada uno (800 total), de tapa blanda. Miden 24 x 30,5 cm. Edición limitada de 600 (1200 libros). Se edita en colaboración con el Consorcio de la Ciudad de Toledo y muchas otras entidades públicas y privadas.
Aportando 20€
Versión digital del libro.
Aportando 80€
Ejemplar en formato físico y mención como mecenas en los agradecimientos.
Aportando 160€
Dos ejemplares en formato físico del libro y un ejemplar por valor de €60 de dos tomos del libro "Tesoros Artísticos de Toledo" (875 páginas 2010), mención como mecenas en los agradecimientos y
el libro firmado por la autora.
PRESENTAN
Esta obra se puede considerar una prolongación o ampliación de la primera edición de “Patios de Toledo” con fotografías en blanco y negro, del año 1996 publicado con el Colegio de Arquitectos de Toledo. En la presente edición colabora el Consorcio de la Ciudad de Toledo.
He usado varias fotografías de aquella época como comparación para mostrar el cambio después de intervenciones en restauración y remodelación de muchos patios durante los últimos 25 años.
El trabajo solo fue posible gracias a la amabilidad e interés de varias instituciones religiosas, estatales y los propietarios de casas privadas, que me han abierto las puertas para hacer las fotos que se encuentran en estas dos tomos. También he tenido la suerte de encontrar en varios archivos y charlando con los vecinos, personajes que han vivido en las casas y pisado los patios. Muchos toledanos los recordarán.
Es la primera publicación que permite un acceso al tiempo y a la personalidad de su pueblo a través de sus patios, recientemente declarados bien de interés patrimonial el 14 de enero de 2015. En esta obra hay 332 patios diversos, distribuidos por orden alfabético en dos tomos de 392 páginas cada uno (784 total)
Quiero expresar mi profundo agradecimiento a las personas quienes me han ayudado con el proyecto y contribuido con su tiempo y su sabiduría a la edición de estos dos volúmenes. Será importante para las generaciones venideras de ver el desarrollo del patrimonio toledano gracias al arte de la pintura y al invento de la fotografía.
Julio Porres Martín-Cleto 1996
El patio es un haz de luz que penetra en el interior, aparentemente compacto, de un edificio. De luz y de aire nuevo que ventila a casa, compensando así la estrechez de la calle a la que, además, se abre –herencia musulmana- pocos huecos, para preservar de miradas extrañas la intimidad de la vivienda. Si en la casa habitan varias familias, el patio el lugar idóneo para permitir la comunicación entre ellas, fomentando relaciones amistosas y también los contactos para resolver problemas comunes.
Cuando sólo una familia habita en la casa, como hacían los hidalgos y los mercaderes adinerados de los siglos XVI y XVII, los burgueses que los sustituyeron y los profesionales con buenos ingresos, la planta baja se utiliza en el verano, la intermedia en el invierno y la superior aloja a la servidumbre. Y si la casa es reducida puede tener parecida utilidad para una familia más modesta, que frecuentemente deja la planta baja para trastero, lavadero o alguna alcoba ocasional.
En épocas pasadas, el valor de la casa incluía el de su solar. Hoy éste vale a veces más que el edificio, sobre todo si se trata de casas antiguas que se pretende demoler para hacer viviendas breves o apartamentos. El aprovechamiento del solar al máximo lleva consigo la desaparición del viejo patio, creando edificios compactos con algún mínimo patinillo de ventilación y con luz artificial la mayoría de sus habitaciones y pasillos. Casas donde viven gentes que sólo conoce el portero, si lo hay, o el presidente de la comunidad de vecinos, cargo incómodo que muchos rehúyen, rompeolas de opiniones diversas cuando no contrarias, encaminadas a exigir o a reclamar más que a colaborar, donde ninguna amistad nace entre personas cuyas vidas nos importan poco.
Hasta 1945 en que el embalse del Torcón solucionó el problema secular del abastecimiento de agua durante varios años, nuestros patios sirvieron también para recoger la de lluvia en aljibes o depósitos subterráneos, excavados bajo su pavimento y con una boca a modo de pozo para extraerla y limpiarlo periódicamente. Bocas situadas siempre en un costado, incluso semiempotradas en el muro bajo una crujía, pues en el centro iba el sumidero de entrada del líquido procedente del tejado; sistema que obligaba a una limpieza meticulosa del pavimento. Tales bocas tenían, y suelen conservar hoy, brocales más o menos artísticos, con herraje para la garrucha y construidos aquéllos en mármol, como el que vemos, desde luego sin uso, en el jardín de la ermita del Cristo de la Luz, que sería el patio de abluciones de la que fue mezquita hasta 1085. También se hicieron en cerámica, poco conservados por la fragilidad del material, uno de ellos descubierto y salvado por Bécquer. Los góticos y renacentistas se hacían en granito, de los que muchos se conservan aún. El mejor de todos ellos, en mármol, es el que se mandó tallar el primer rey taifa toledano, Isma´il al-Zafir, para la mezquita principal, según dice su inscripción; estuvo muchos años en el claustro mayor de San Pedro Mártir y hoy, afortunadamente, en el museo.
El patio es un invento muy antiguo. Hacia el año 2000 a.J.C. y en la ciudad sumeria de Ur, patria de Abraham según nos dice la Biblia, las casas excavadas tienen dos alturas alrededor de un patio central. Pero su mayor difusión lo tuvo en el ámbito mediterráneo, con el conocido impluvio de las casas romanas, rodeado de las habitaciones de la familia y frecuentemente solado con mosaicos. Esta instalación, ya sin adornos musivarios, es corriente en las casas toledanas, donde no sólo sirve de cuarto de estar veraniego sino que se adorna con plantas en tiestos, chicos o grandes, cuyo riego resulta fácil gracias al aljibe inmediato. Como no podía ser menos, los patios siguen aquí el patrón mudéjar, tan extendido y conservado – no sabemos por cuanto tiempo todavía – en la mayor parte de la ciudad no afectada por reformas a fondo. Se mezclan en ellos elementos de otros estilos, como las columnas góticas o renacentistas, frecuentemente reutilizadas de edificios que serían mejores, dispares entre sí en tamaño y capitel, colocadas en la planta donde son mayores las cargas y, si no son bastantes, se completan con pies derechos de madera o con machones de mampostería. Sobre ellos van las galerías, abiertas o no, del piso o pisos superiores, hechas con forjados y pilares leñosos, asomando los canecillos ornamentados bajo las barandillas formadas con balaustres de madera, torneados si la casa es algo lujosa o, si no lo es, con tablas recortadas que imitan barrotes. Son muy raros los patios con cuatro pandas o crujías; lo normal es que tengan tres o dos y a veces, solo una, sin columnas incluso, pero con entramado saliente del piso superior. Si lleva dos alturas, hay una tercera orientada hacía el sur, para que el sol alumbre y caliente la solana que allí se forma. Se conservan ya pocos patios artísticos en la ciudad, en la que todas o casi todas debían tenerlos.
Los mejores y más conservados pertenecen a conventos, herencia de las casonas que se donaron a la comunidad fundadora. El mejor de ellos, aunque construido para claustro y no para patio, (finalidad distinta, aunque parecida) es el llamado Claustro Real en San Pedro Mártir, trazado por Covarrubias a mediados del siglo XV, con arcos sobre columnas en el bajo y adintelado en las dos superiores, construido todo él en granito, incluso las barandillas. Pero como herencia carpinteril, los dinteles de los pisos altos no cargan directamente sobre los capiteles, sino sobre zapatas graníticas que imitan el sistema popular de usar madera en estos puntos para repartir las cargas o reducir la parte volada. En el mismo edificio se conserva, bien restaurado últimamente, el llamado Claustro del Silencio, que debió pertenecer a la casona de la dama toledana doña Guiomar de Meneses, cedida a la comunidad dominica a comienzos del siglo XV.
En cuanto a los patios mejores que nunca fueron conventuales hay que mencionar el del palacio mudéjar de los señores de Fuensalida, de 1440, con planta rectangular y cuatro pandas, con pilares ochavados y blasones en lo alto de los linajes Ayala y Castañeda. Su gran escalera renacentista, de las llamadas de “rincón de claustro”, con tres tiros y alma vacía para iluminarlo bien, conduce al piso alto y lleva una balconada para vigilar el patio. Otro también destacado es el de la familia conversa de los Cota, de hacia 1450, en la calle de Nuñez de Arce. Fue Casa de la Moneda desde 1505 a 1680, luego Fábrica Nacional de Armas y Casa de Postas y, al final, taller artesano de fabricación del mazapán.
Cada día es más difícil visitar los patios toledanos. Las Ordenanzas municipales del año 1900 disponían que los portales estuvieran abiertos desde las ocho de la mañana hasta las diez de la noche: medida adecuada para épocas pacíficas, cuando el gamberro no existía y en las que el zaguán podía servir de refugio temporal en los casos de lluvia, para descargar bultos sin tener que obstruir la calle o para que el cartero o el recadero ocasional pudiera esperar a cubierto a que le dieran acceso al patio. Pero esas épocas pasaron y al sustituir a los porteros de carne y hueso con los automáticos, el portal está siempre cerrado y sin la previa anuencia de un vecino no puede verse el corazón de la casa que es su patio, generalmente más interesante que el resto de la vivienda y sorpresa atractiva para quien, engañado por el seco paredón de la fachada, crea que en el edificio no hay nada de particular.
Por eso tiene gran utilidad este libro, primero que se hace sobre el tema con tan excelente aparato gráfico, tratado con maestría por Renata Takkenberg. Superando sin duda reticencias de quienes no desean la entrada de desconocidos, ha conseguido obtener esa colección de fotografías que recogen lo más bello de los patios toledanos, desconocidos muchos de ellos para quienes aquí nacieron o aquí viven dese hace años. Ha captado el difícil ambiente toledano y se ha hecho casi toledana ella misma, dando ejemplo con la restauración de su propia vivienda (naturalmente, con patio) y extendiendo su afecto a los que todavía se tienen en pie.
Julio Porres Martín-Cleto "Patios de Toledo" 1996, Colegio de Arquitectos
El patio representa en la arquitectura toledana una de sus señas de identidad con un acceso muy restringido al visitante ocasional. Frecuentemente, están llenos de elementos simbólicos que cargan de significado tanto al espacio vivido, como al lugar de paso. El patio es un marco íntimo, privado, exclusivo para los ojos de los habitantes de las viviendas. Puede ser un territorio vedado a la mirada ajena en el que sentarse a departir con la familia, en el que refrescarse en la época estival o en el que placenteramente, cuidar con mimo las plantas que reposan en sus macetas, mientras los gatos olisquean la hierba gatera. Pero también el patio (cara y cruz) puede ser la imagen visible que representa a la familia y al propietario de la casa, tornándose entonces en el espejo público del poder, del prestigio, del estatus y de la capacidad adquisitiva con la que mostrarse a los demás. Es aquí donde entra en juego la decoración, los materiales de construcción, la riqueza ornamental de un brocal o el cuidado en la talla o en el acabado de una viga. En realidad, cada patio rebosa de huellas y evocaciones de nuestra compleja condición humana.
Quizás, por eso, esta ventana pública que nos deja atisbar mediante las imágenes que Renata ha capturado con la persistencia de la investigadora que necesita compartir su emoción ante tanta belleza, es un privilegio que necesita ser saboreado despacio, disfrutando el acceso y contemplando sus fotografías como cómplices de su mirada.
Pedro Salvador
Antropólogo y fotógrafo